Militares israelíes confiesan en un libro de la ONG Breaking The Silence los abusos de las IDF contra los palestinos.
Los soldados relatan como "rutinarias" las invasiones de tierras,
la violencia en los check-points, el maltrato a niños o sumisión a las
órdenes de los colonos.
La
asociación israelí Breaking The Silence (Rompiendo el silencio) acaba
de editar un libro en el que recoge un centenar de testimonios de
militares de las IDF, desde soldados rasos a mandos intermedios, en los
que relatan los abusos que reciben los ciudadanos palestinos en Gaza y
Cisjordania.
La ocupación de los Territorios: testimonios de soldados israelíes 2000-2010, es un repaso a las miserias cotidianas del que se honra de ser “el Ejército más moral del mundo“, narradas por sus protagonistas, soldados comunes y corrientes que cuentan lo que vieron, lo que oyeron y lo que hicieron en sus servicios. La obra se publica al cumplirse diez años de la Segunda Intifada y que se suma a monográficos anteriores (mujeres y ejército, Plomo Fundido, Hebrón…), con los que esta asociación denuncia, desde 2004, el cáncer que corroe a sus Fuerzas Armadas. Lo hace con conocimiento de causa, porque quienes la crearon trabajaron en las IDF, y ahora denuncian sus males “porque queremos transformarlas“, como relata Yehuda Shaul, uno de sus fundadores, cuyo único deseo desde pequeño fue ser soldado de Israel. Hoy es un hombre vilipendiado por parte de sus conciudadanos, por poner el dedo en la llaga, por quitarse la mordaza y animar a otros a hacerlo.
La ocupación de los Territorios: testimonios de soldados israelíes 2000-2010, es un repaso a las miserias cotidianas del que se honra de ser “el Ejército más moral del mundo“, narradas por sus protagonistas, soldados comunes y corrientes que cuentan lo que vieron, lo que oyeron y lo que hicieron en sus servicios. La obra se publica al cumplirse diez años de la Segunda Intifada y que se suma a monográficos anteriores (mujeres y ejército, Plomo Fundido, Hebrón…), con los que esta asociación denuncia, desde 2004, el cáncer que corroe a sus Fuerzas Armadas. Lo hace con conocimiento de causa, porque quienes la crearon trabajaron en las IDF, y ahora denuncian sus males “porque queremos transformarlas“, como relata Yehuda Shaul, uno de sus fundadores, cuyo único deseo desde pequeño fue ser soldado de Israel. Hoy es un hombre vilipendiado por parte de sus conciudadanos, por poner el dedo en la llaga, por quitarse la mordaza y animar a otros a hacerlo.
Shaul,
ya de uniforme, tomó conciencia de que formaba parte “de una gran
maquinaria, un gran sistema de ocupación, con unidades no sólo en el
Ejército: en la Policía, la Policía Militar, los Tribunales Militares,
el Gobierno, los políticos, los colonos…”. Por eso decidió crear la
asociación, “y descubrir la brecha que existe entre la realidad que los
soldados encuentran en los Territorios Palestinos y el silencio que
hallan luego en su casa. Hay que forzar a la sociedad israelí a que haga
frente a esta realidad dolorosa, creada desde dentro, porque conocer la
verdad del abuso contra los árabes nos hará rectificar”, señala con una
fe profunda. La palabra “abusos” engloba demasiadas realidades
dolorosas, como las llama Shaul: “terror sistemático”, palizas,
tiroteos, detenciones arbitrarias incluso con civiles, “humillación” en
controles y redadas, expulsión de hogares y campos de labranza, “farsas”
en tribunales militares, represión “violenta” de cualquier forma de
protesta, “irracionalidad premeditada” en el régimen de expedición de
permisos para trabajo, asistencia médica o educación, “supresión” de las
leyes israelíes por los deseos de los líderes colonos… “Esta vez no
hemos publicado las grandes violaciones de derechos humanos, sino el mal
cotidiano, ramificado, que llega a todas partes, que aplican hasta los
soldados más jóvenes porque repugna las primeras veces, pero luego se
convierte en rutina… esa droga devastarora de la costumbre”, puntualiza
el director de Breaking The Silence.
La promoción del libro está
contando con la ayuda entusiasta de Davil Shulman, profesor de Estudios
Humanísticos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, uno de los mayores
defensores de los derechos humanos en Israel y de la causa palestina.
Casi colérico, se revuelve cuando se le pregunta por los ciudadanos que
defienden estas prácticas abusivas para mantener la seguridad del país.
“Siempre se asegura que Israel actúa con criterios defensivos, es la
idea generalizada, que controlamos los Territorios a nuestra manera
exclusivamente para proteger a los ciudadanos, pero eso es incompatible
con la información suministrada en este libro por los miembros de las
IDF… ¡Dejémonos de cinismo! En este país el servicio militar es
obligatorio y, quien lo haya hecho en los últimos años, sabe que se
están perdiendo las formas. La seguridad no es excusa para la
violación“, sostiene. Shulman denuncia tanto la “incitación” del
Gobierno de Benjamin Netanyahu a mantener las “malas prácticas” como la
“ceguera profunda y deliberada” de gran parte de los israelíes. “No es
una ceguera sobre la existencia de los palestinos, por supuesto, porque
están ahí, sino sobre la humanidad de estas personas, sobre su igualdad
natural para con nosotros los judíos. Es más grave aún. Es una ceguera
que se traduce en apatía, abatimiento, superficialidad, silencio o
pasividad en la gente común, la gente decente. Eso lleva incluso al
racismo y al nacionalismo protofascista. Por eso reconocer estos hechos
es demoralizante pero necesario, sano. Ya no podemos justificar los
medios con el fin, ya no estamos en la etapa de terrorismo cruento. Se
supone que vamos a negociar la paz… hay que hablar”, concluye el
profesor. Es lo que han hecho este centenar de soldados, sumados a los
más de 600 compañeros que ya han dejado testimonio de sus experiencias
en el Ejército de Israel en la base de datos de Breaking The Silence. Lo
que viene a continuación es un breve resumen de los relatos de siete de
ellos. Son anónimos, pero la asociación tiene los datos de todos los
testigos, por si un día las denuncian prosperan en los tribunales. Todos
están dispuestos a dar la cara, con nombres y apellidos, para repetir
su historia.
Testimonio 2: Granadas a las tres de la mañana.
Paracaidistas. Nablus. 2003. Hemos acometido todo tipo de situaciones
muy dudosas estando de servicio en la Zona A [es decir, supuestamente
bajo el pleno control de la Autoridad Nacional Palestina]. Eso
significa, por ejemplo, ir el viernes, cuando el mercado está lleno, en
una ciudad como Tubas, para hacer un control sorpresa en el centro del
pueblo. Una vez, llegamos a hacer uno de esos controles, en uno de sus
días de descanso, y empezamos a aumentar nuestras exigencias, en vez de
observar y punto; lo hicimos como si estuviéramos en un puesto de
control fronterizo, con la misma intensidad: inspeccionamos a todos los
coches, furgonetas y autobuses que pasaban. A 300 metros de nosotros
había un pequeño grupo de niños que comenzaron a tirar piedras, pero
como mucho se quedaban a diez metros de nosotros, no nos golpeaban.
Ellos comenzaron a insultarnos y todo y, al mismo tiempo, la gente
comenzó a reunirse para ver qué pasaba. Por supuesto, ese episodio fue
seguido del uso de nuestras armas contra los niños, puedes llamarlo
“legítima defensa”… es lo que alegó luego nuestro superior. (…) El
control no estaba motivado. Querían hacer visible la presencia de las
IDF en el casco urbano, en la zona donde las mujeres van de compras,
donde los niños juegan, querían decir “aquí estamos”. Creo que también
querían iniciar un tiroteo, aunque pasado un segundo ya no sabía si
nosotros éramos los responsables en el fondo, porque todo fue muy rápido
y tenso. Al final salimos sin un rasguño, sin que pasara nada, pero el
comandante de la compañía ya había perdido los papeles. Ordenó a uno de
los lanzagranadas que disparase una granada antidisturbios contra los
manifestantes, o sea, los niños. El soldado se negó y después fue
tratado terriblemente por el comandante de la compañía. Si no recibió un
castigo es porque el comandante sabía que su orden había sido ilegal.
Pero trató de forma realmente repugnante a todo el personal después de
aquello. Así acabó la historia. (…) Otro caso que nos ocurrió en Tubas
es que estábamos de patrulla a las tres de la mañana, llevando granadas
de aturdimiento, y las echamos por la calle. No había ninguna razón para
hacerlo, sólo querían despertar a la gente. El propósito era decir de
nuevo: “Estamos aquí. El ejército israelí está aquí”. Cuando protestamos
nos dijeron que si los terroristas escuchaban en la noche la presencia
de las IDF en la aldea, entonces tal vez tratarían de escapar. No salió
nadie. Parece que el objetivo era sólo mostrar a la población local que
el ejército israelí estaba allí, y es una política que se repite: “Vamos
a hacerle la vida amarga a todos ustedes hasta que decidan detener el
terror. El ejército israelí está aquí, en los Territorios, y su vida
será un infierno hasta que no se entreguen todos los terroristas”.
Nosotros y los que lanzaban las granadas no entendíamos por qué lo
estábamos haciendo. Tiramos otra granada más. Escuchamos el boom y luego
vimos a la gente despierta. Cuando regresamos al puesto de mando nos
dijeron: “Ha sido una gran operación”, pero no entendíamos por qué. Eso
ocurría todos los días. Una unidad diferente cada vez, pero la rutina
era fija.
Testimonio 5: “¿Qué es sino un gueto?”. Paracaidistas.
Qalqilya. 2004. Como oficial de instrucción yo tenía que atender y estar
cerca del comandante de batallón cuando hacía revisiones tácticas en el
cuartel general, un trabajo muy interesante. El comandante puede hacer
muchas preguntas y hablar con la gente. Lo que voy a contar ocurrió en
mi primera –creo que también su primera- visita al muro de separación
con Cisjordania. Teníamos la intención de dar una vuelta por la noche en
un jeep para hacer un reconocimiento del terreno y ver que los soldados
cumplían con su deber, que es básicamente impedir a los pobladores
cruzar a través del muro. Vio a lo lejos a algunas familias palestinas
sentadas en sus sillas y empezó a chillarles: “Dime, ¿cómo haces para
llegar a tal o cual sitio?”. “No podemos llegar –le decían-, porque está
el muro”. “Ya, ya, pero debes llegar, ¿no? ¿Quieres llegar? ¿Dónde?
¿Por qué? ¿Cómo lo haces, por dónde lo intentas?”, les decía,
ridiculizándolos, provocando, porque sabían que no podían moverse.
“Hablaba mucho con los residentes de allí. Les decía que iba a cerrarles
todas las rutas, las arterias principales de su pueblo, igual que se
había levantado la valla. Que no se iban a poder mover”. (…) Yo al
principio pensaba que sólo era política, que el trazado de la valla no
tenía nada que ver con el ejército. Pero al final comprendías lo
terrible que es. Sobre todo lo vi en Qalqilya, que está cerrado por
todas partes y que tiene una sola puerta. Están encerrados con un muro y
una valla doble de alambre. ¿Qué es sino un gueto? Está cerrado, y
punto. Es una gran ciudad, con muchos residentes, y no es razonable cómo
están.
Testimonio 16: “Hice que se cagara en los pantalones”.
Unidad de Policía de Fronteras. Wadi Ara. 2003. El trabajo con la
población era entretenido. Por lo menos en Katz. “Trabajando con la
gente”, nos decían, y era un giro agradable respecto a los meses
encerrados en la base. Eso era lo que había que hacer. Entonces, de
repente, cuando se construyó la valla, ya no había más población con la
que trabajar. Se acabó el contacto. Estaba la población israelí de la
que teníamos que cuidar y luego estaba Barta´a, donde hay población
árabe. Entonces, ¿había que trasladar las operaciones a Barta´a? Al
principio mantuvieron a las IDF allí, vigilando a la población árabe,
pero en el fondo aquello también es Israel y estaba tranquilo, así que
se olvidaron y el trabajo lo desarrollamos principalmente a lo largo de
la valla. Los primeros días sólo mirábamos, pero luego nos ordenaron
capturar gente que pasara cerca. Ahí entrábamos nosotros. Realmente la
violencia que vi entonces hacia la gente era peor que antes de la valla,
era una humillación. Antes la vigilancia era rutina. Ahora era una
opresión constante. Había soldados que derramaban a propósito las bolsas
que llevaban los niños, que jugaban con sus juguetes. Ya sabes, para
tomar uno de ellos y decir: “Mantente lejos con tus juguetes, no te
acerques a nosotros”, y se los tiraban lejos. (…) Los niños gritaban
todo el tiempo, lloraban y tenían miedo de nosotros. Muchas veces
perdían el control por el trato que dábamos a los mayores. Porque los
adultos también lloraban, por supuesto, porque eran degradados. Uno de
los principales objetivos siempre era hacer que un hombre se pusiera a
llorar delante de sus hijos y que hasta se cagara en sus pantalones. Yo
vi gente que se hacía encima sus necesidades. La mayoría lo hacían
porque eran atacadas. Eran golpeadas, algunas hasta la muerte, y
amenazadas, y gritaban de terror. Sobre todo si estaban delante de sus
hijos, chillaban y se asustaban, por lo que también acababan asustando a
los pequeños. Una vez, otra vez… Hubo un hombre que se detuvo con su
niño, el niño era muy pequeño, como cuatro años. Los soldados no solían
golpear a los niños, pero a un policía le molestó que el adulto trajera a
los niños para que tuvieran piedad de él. Así que le dijo: “Tú traes a
tu niño para que tenga misericordia de ti, así que ahora le vamos a
mostrar a su hijo quién eres de verdad”. Y entonces va y le pega con
fuerza, y le grita, diciendo: “¿Qué susurras? Te voy a matar delante de
su hijo, tal vez así lo sentirás más… “. Es terrible. Hay muchas
historias como esas. El hombre se orinó de miedo delante de su hijo. (…)
Hay una gran cantidad de historias que afectan al honor de los árabes,
de humillación. “Vas a ver, te voy a dar, te voy a matar, voy a hacer
que te cagues”, les dicen… Yo también tuve que hacerlo en ocasiones. Y
lo decían de forma rutinaria, no como algo excepcional. Además, de este
tema se hablaba abiertamente, en los bares, las cafeterías… Creo que si
un oficial dice que él no lo sabía, es totalmente mentira. Los oficiales
de alto rango sabían lo que pasaba. Los comandantes de pelotón tenía
menos que ver con los que lo hacían habitualmente, pero el comandante de
la compañía, el asistente del comandante de la compañía, los oficiales
de operaciones… incluso alguno se animó y se sumó. Vale, no lo hacen
directamente, no vienen y dicen: “Dale una paliza”, pero había una
especie de legitimación; de lo contrario, no habría sucedido nunca.
Testimonio
4. “Él es sólo un colono civil, pero nos impone las leyes”. Fuerzas
Especiales Maglan. Hebrón. 2002. Junto a otros militares, yo realicé
labores de vigilancia del asentamiento de Eshkolot y otras pequeñas
aldeas cercanas. Una vez… no recuerdo en qué colonia fue… la población
palestina más cercana estaba a uno o dos kilómetros. Había un grupo de
árabes trabajando sus tierras a 500 metros de donde nos encontrábamos,
abajo, en el valle. El asentamiento estaba en lo alto de una colina, y
ellos estaban abajo, trabajando. Lo que recuerdo, aunque es un poco como
una nebulosa, es que una vez que los árabes estaban allí cultivando
vinieron de repente los colonos, y salieron corriendo. Habían superado
la valla del asentamiento, a pesar de que no debían, que era una
frontera… pero ellos corrieron hacia ese límite, en la zona de expansión
de la colonia, que estaba en construcción. Los colonos gritaron a los
palestinos. No les dispararon ni nada, pero ellos salieron de allí
asustados y dejaron de trabajar. No sé dónde fueron (…). El coordinador
de seguridad del asentamiento, un civil, nos llamó pasado un rato y
empezó a dar órdenes. “Desplegaos, venga, yo iré con un soldado”, decía.
“Tenéis que hacer esto y aquello, contra ellos, porque están cruzando
la frontera, están explorando nuestra tierra”. ¿Cómo voy a saberlo yo,
si los veo trabajar sin más? Yo no vi nada malo en los árabes. En
resumen, que el coordinador nos sigue gritando a nosotros y a los
palestinos que se veían a lo lejos. “Salid de aquí, iros de aquí”, les
chilla. Más tarde, al fin, me convence y voy a patrullar con él en
nuestro vehículo. Entonces veo a una niña palestina jugando en la
entrada del asentamiento, en la carretera de acceso a la urbanización,
pero aún por debajo de ese límite, aún fuera de la valla, en una zona
que no forma en absoluto parte de la colonia, sino que está en el valle,
abajo. Él ve a la chica y de inmediato escucho que empieza a gritarle
en árabe, con el megáfono, algo así como “Rasak”. Yo no entendía lo que
decía, pero sí su violencia. Entonces le pregunté: “¿Qué le grita a la
chica?”. Y el colono me dice: “Si vienes por aquí te rompo la cabeza”, o
algo por el estilo. (…) La situación allí es básicamente la siguiente:
un comandante civil, del asentamiento, es quien dice lo que está
permitido y lo que está prohibido. Qué palestino se puede mover y cuál
no. Él decide si se dispara al aire o se intimida, aunque en principio
era yo el comandante con más rango en toda la unidad allí desplegada. A
veces se lo recordaba, ¿verdad?, pero le daba igual. Él señalaba cuándo y
a quién disparar e incluso a veces ordenaba que se hiciera a
discreción. Él delineaba la política que debíamos aplicar, aunque no es
una autoridad militar. Si fuera el comandante de la compañía, un oficial
de la zona… Es una situación bastante curiosa cuando lo piensas, porque
un civil le está diciendo a sus Fuerzas Armadas cuáles deben ser sus
acciones, sus limitaciones e incluso sus propias leyes.
Testimonio
48: “En realidad estamos abusando de la población”. Inteligencia.
Hebrón. 2005-2008. Nosotros llevábamos a cabo labores de observación en
el sur de Hebrón. A veces el brigada quería jugar con nosotros. Cuándo
íbamos de misiones, trataba de unirse a cierta compañía de infantería y
organizar algún tipo de equipo para entrar en una casa, para ocupar un
camino, lo que fuese. Una demostración de nuestra presencia en la zona.
Se supone que una misión necesita una lógica, un objetivo, dibujar una
estrategia… pero en este caso sólo quería abusar de la población. La
idea era la siguiente: el equipo de infantería toma el control de alguna
vivienda y nosotros le damos cobertura, como inteligencia, para que
nadie lo sepa, entrando en la casa de enfrente, en la misma calle. Uno
aquí, el otro allí. Los soldados de aquella unidad hicieron mucho ruido,
rompieron cosas, y entonces lógicamente los propietarios protestaron.
Al final hasta quemaron neumáticos dentro de la casa, como en una
trinchera. Los soldados querían tomar el control, entraron con mucha
fuerza, portando banderas y granadas de aturdimiento, como en el campo
de batalla. Esa era su misión. Eso ocurrió durante muchas horas,
llegamos por la noche y la acción fue durante la madrugada. (…) Cuando
pregunté qué nos proponíamos me dijeron que la idea era que tal vez
algún hombre armado podría salir de su escondite en la zona, si es que
había terroristas; a continuación nosotros lo cogeríamos, porque
estábamos allí en secreto, en una esquina diferente. En realidad no
salió ni un solo hombre armado, pero la casa fue igualmente destruida,
su familia quedó sin vivienda. Una casa de inocentes, sólo una casa en
el mapa, que el Shin Bet tenía que asegurar que no existía. Y eso es lo
que realmente ve y sufre la población inocente. Y si son inocentes,
¿para qué vamos a entrar en sus casas? Yo entré en esa vivienda después y
sé que la destruyeron entera, tenía las ventanas rotas, porque habían
lanzado piedras, y los daños del fuego… estaba entera destruida. La
familia… no sé dónde estaba, habían tenido que huir. (…) Aquello fue en
Yatta. Y así es como se hace en toda la zona, ¿sabes? La idea al
principio, cuando te sientas con un mapa ante el comandante de la
brigada, parece muy bonita… “Vamos a tomar el control de esta casa como
una demostración de nuestra presencia. Estaremos ocultos, armados, y
todo saldrá bien y será limpio”. Pero la verdad es que fuimos a un campo
humilde y destrozamos la casa de una familia, eso fue todo. Y eso pasó
durante muchos días, durante mucho tiempo. No es una actividad fuera de
lo común, no, sino habitual para los soldados de Infantería, al menos.
Yo mismo lo he hecho más de una y más de dos veces. La única diferencia
es que nosotros siempre lo hacíamos en secreto.
Testimonio 57:
Una patrulla para golpear a los árabes. Brigada Kfir. Hebrón. 2006-2007.
Durante el servicio había un montón de incidentes… Muchísimas tonterías
que nos obligaban a hacer. Teníamos que golpear a los árabes en todo
momento, nada especial, pero constantemente… Sólo era para pasar el
rato. Hubo casos en los que se abrió fuego contra ellos, cuando había
disturbios, y con munición de guerra. Tenía que hacerlo, tenía que
forzarlos… eso ocurrió varias veces, sí… Tenía que decirles: “¡De
rodillas, de rodillas!”. Estaban pensando todo el tiempo en cómo caldear
más el ambiente con los palestinos, sin duda. Había militares que
querían hacer de aquello algo entretenido e interesante, así que
buscaban métodos para sacar de quicio a los árabes. Les disparaban balas
de goma, en un número considerable, y entendían que así el tiempo
pasaba más rápido en Hebrón. Esos métodos los pensaban todos, los
soldados y los comandantes. Por supuesto que los comandantes estaban
allí sentados… Nunca, lo juro, nunca dejarían solos al pelotón, y lo que
ocurría allí era como un secreto de estado, nadie lo podía saber. Quien
no lo sabía era el comandante de la compañía, eso no. Era sólo algo
nuestro, de nuestro comandante y nuestro sargento. Tenían reuniones en
una sala, y los jóvenes estábamos en otra, y se sentaban a decidir lo
que se iba a hacer cada día… Se planificaban todo tipo de cosas. A veces
decíamos algunos: “¿Para qué hace falta esa patrulla?”, y nos
contestaban: “Es para golpear a los árabes, o para reírnos de los
niños”, para hacer todo tipo de cosas sin sentido. En esas patrullas
iban toda clase de militares, pero los oficiales más altos no estaban en
el ajo. Teníamos una reunión informativa antes para ver lo que íbamos a
hacer durante la patrulla. A algunos les gustaba mucho saber qué
tocaba… Cuando un grupo sale a una patrulla de este tipo, no siempre es
por su propia elección. Todo el mundo sabe qué debe ser una patrulla.
Esa es la misión de patrullar, para proteger. Pero aquí añadieron más
tareas, simplemente siguió ocurriendo. Ya sabes. Es lo que pasaba. A
algunos nos dieron bofetadas porque pusimos mala cara cuando nos
designaron a esas patrullas. No fueron pocos los golpes, y a veces no
sólo las daban los jefes sino los compañeros.
Testimonio 49:
“Vamos a las casas de gente inocente, todos los días, todo el tiempo”.
Inteligencia. Todo el territorio palestino. 2004-2006. Lo que me
sorprendió, lo que me hizo estar en shock permanente, es descubrir que
tú, todos los días, haces misiones incorrectas, que vas a las casas… a
las familias… Por ejemplo, una vez llegamos a casa de una familia
palestina que no tenía ni baño. Eso me extrañó mucho, pero también me
causó mucho pesar, de corazón. Aquel día, los palestinos que vivían allí
tenían la intención de sacar unos pollos para venderlos. Fuimos capaces
de entenderlos porque algunos de los miembros de mi equipo hablaban
árabe. Ese era su trabajo: recoger los huevos, vender los huevos, vender
algunas aves… La esposa no trabajaba, estaba en la casa con los niños.
Nosotros entramos en la casa e impedimos que el marido saliera a
trabajar. La mujer se agarró la cabeza con fuerza y empezó a llorar. “Le
habéis impedido ganarse la vida”, decía. Un soldado le contestó: “Es
sólo por un día”. Pero no, lo hacíamos muchos días, íbamos a hogares de
personas inocentes a humillarlos todos los días, todo el tiempo. Eso es
lo que hacíamos. (…) Algunos decían entre nosotros que podían no ser
inocentes y estar escondiendo cosas. Por supuesto, los habría. Otros no
ponían excusas, ni lo pensaban. Han ordenado ir a las casas y vamos, es
la santidad de nuestra misión, ¿de acuerdo? Si protestas te dirán eso,
que no hay ningún problema ético en lo que estás haciendo. Que no estás
dañando el código moral del ejército si los golpeas. Si se resisten,
entonces tienes permiso para golpearles más, para responder con lo que
sea, no hay problema en lo que se refiere al castigo. No lo hay. Así que
todo está bien, y es por el bien de la misión, que el fin justifica los
medios, y eso es todo. Pero en realidad, ahora que repaso las misiones…
No pueden asumir eso siempre con naturalidad. Había una gran cantidad
de misiones que no tenían un propósito claro, me mandaron a algunas
tareas tan mal diseñadas o tan sin sentido que lo mejor era evitarlas.
Lo cierto es que tenía que enfrentarme a estas familias, eso es lo que
sucedía en la mayoría de los casos, que iba a hacerles daño. Digamos que
en el 95% de las misiones había que ir a por una familia, fastidiarla y
regresar. Se hacía deliberadamente, no sé si en la teoría pero sí en la
práctica. Eso es lo que sucedió en la práctica, sí. Y entonces uno
empieza a pensar en que lo que parecía desorganizado no es así, hay
experiencia detrás, hay inteligencia en cada paso, detrás está el Shin
Bet o quien sea. El Ejército siempre tiene quien ejecute las órdenes,
sean las que sean. Para ellos, esos saqueos eran considerados como
grandes misiones.
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