lunes, febrero 21

Humillar a inocentes todos los días

Militares israelíes confiesan en un libro de la ONG Breaking The Silence los abusos de las IDF contra los palestinos.

Los soldados relatan como "rutinarias" las invasiones de tierras, la violencia en los check-points, el maltrato a niños o sumisión a las órdenes de los colonos.
 
La asociación israelí Breaking The Silence (Rompiendo el silencio) acaba de editar un libro en el que recoge un centenar de testimonios de militares de las IDF, desde soldados rasos a mandos intermedios, en los que relatan los abusos que reciben los ciudadanos palestinos en Gaza y Cisjordania. 
La ocupación de los Territorios: testimonios de soldados israelíes 2000-2010, es un repaso a las miserias cotidianas del que se honra de ser “el Ejército más moral del mundo“, narradas por sus protagonistas, soldados comunes y corrientes que cuentan lo que vieron, lo que oyeron y lo que hicieron en sus servicios. La obra se publica al cumplirse diez años de la Segunda Intifada y que se suma a monográficos anteriores (mujeres y ejército, Plomo Fundido, Hebrón…), con los que esta asociación denuncia, desde 2004, el cáncer que corroe a sus Fuerzas Armadas. Lo hace con conocimiento de causa, porque quienes la crearon trabajaron en las IDF, y ahora denuncian sus males “porque queremos transformarlas“, como relata Yehuda Shaul, uno de sus fundadores, cuyo único deseo desde pequeño fue ser soldado de Israel. Hoy es un hombre vilipendiado por parte de sus conciudadanos, por poner el dedo en la llaga, por quitarse la mordaza y animar a otros a hacerlo.
Shaul, ya de uniforme, tomó conciencia de que formaba parte “de una gran maquinaria, un gran sistema de ocupación, con unidades no sólo en el Ejército: en la Policía, la Policía Militar, los Tribunales Militares, el Gobierno, los políticos, los colonos…”. Por eso decidió crear la asociación, “y descubrir la brecha que existe entre la realidad que los soldados encuentran en los Territorios Palestinos y el silencio que hallan luego en su casa. Hay que forzar a la sociedad israelí a que haga frente a esta realidad dolorosa, creada desde dentro, porque conocer la verdad del abuso contra los árabes nos hará rectificar”, señala con una fe profunda. La palabra “abusos” engloba demasiadas realidades dolorosas, como las llama Shaul: “terror sistemático”, palizas, tiroteos, detenciones arbitrarias incluso con civiles, “humillación” en controles y redadas, expulsión de hogares y campos de labranza, “farsas” en tribunales militares, represión “violenta” de cualquier forma de protesta, “irracionalidad premeditada” en el régimen de expedición de permisos para trabajo, asistencia médica o educación, “supresión” de las leyes israelíes por los deseos de los líderes colonos… “Esta vez no hemos publicado las grandes violaciones de derechos humanos, sino el mal cotidiano, ramificado, que llega a todas partes, que aplican hasta los soldados más jóvenes porque repugna las primeras veces, pero luego se convierte en rutina… esa droga devastarora de la costumbre”, puntualiza el director de Breaking The Silence.
La promoción del libro está contando con la ayuda entusiasta de Davil Shulman, profesor de Estudios Humanísticos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, uno de los mayores defensores de los derechos humanos en Israel y de la causa palestina. Casi colérico, se revuelve cuando se le pregunta por los ciudadanos que defienden estas prácticas abusivas para mantener la seguridad del país. “Siempre se asegura que Israel actúa con criterios defensivos, es la idea generalizada, que controlamos los Territorios a nuestra manera exclusivamente para proteger a los ciudadanos, pero eso es incompatible con la información suministrada en este libro por los miembros de las IDF… ¡Dejémonos de cinismo! En este país el servicio militar es obligatorio y, quien lo haya hecho en los últimos años, sabe que se están perdiendo las formas. La seguridad no es excusa para la violación“, sostiene. Shulman denuncia tanto la “incitación” del Gobierno de Benjamin Netanyahu a mantener las “malas prácticas” como la “ceguera profunda y deliberada” de gran parte de los israelíes. “No es una ceguera sobre la existencia de los palestinos, por supuesto, porque están ahí, sino sobre la humanidad de estas personas, sobre su igualdad natural para con nosotros los judíos. Es más grave aún. Es una ceguera que se traduce en apatía, abatimiento, superficialidad, silencio o pasividad en la gente común, la gente decente. Eso lleva incluso al racismo y al nacionalismo protofascista. Por eso reconocer estos hechos es demoralizante pero necesario, sano. Ya no podemos justificar los medios con el fin, ya no estamos en la etapa de terrorismo cruento. Se supone que vamos a negociar la paz… hay que hablar”, concluye el profesor. Es lo que han hecho este centenar de soldados, sumados a los más de 600 compañeros que ya han dejado testimonio de sus experiencias en el Ejército de Israel en la base de datos de Breaking The Silence. Lo que viene a continuación es un breve resumen de los relatos de siete de ellos. Son anónimos, pero la asociación tiene los datos de todos los testigos, por si un día las denuncian prosperan en los tribunales. Todos están dispuestos a dar la cara, con nombres y apellidos, para repetir su historia.
Testimonio 2: Granadas a las tres de la mañana. Paracaidistas. Nablus. 2003. Hemos acometido todo tipo de situaciones muy dudosas estando de servicio en la Zona A [es decir, supuestamente bajo el pleno control de la Autoridad Nacional Palestina]. Eso significa, por ejemplo, ir el viernes, cuando el mercado está lleno, en una ciudad como Tubas, para hacer un control sorpresa en el centro del pueblo. Una vez, llegamos a hacer uno de esos controles, en uno de sus días de descanso, y empezamos a aumentar nuestras exigencias, en vez de observar y punto; lo hicimos como si estuviéramos en un puesto de control fronterizo, con la misma intensidad: inspeccionamos a todos los coches, furgonetas y autobuses que pasaban. A 300 metros de nosotros había un pequeño grupo de niños que comenzaron a tirar piedras, pero como mucho se quedaban a diez metros de nosotros, no nos golpeaban. Ellos comenzaron a insultarnos y todo y, al mismo tiempo, la gente comenzó a reunirse para ver qué pasaba. Por supuesto, ese episodio fue seguido del uso de nuestras armas contra los niños, puedes llamarlo “legítima defensa”… es lo que alegó luego nuestro superior. (…) El control no estaba motivado. Querían hacer visible la presencia de las IDF en el casco urbano, en la zona donde las mujeres van de compras, donde los niños juegan, querían decir “aquí estamos”. Creo que también querían iniciar un tiroteo, aunque pasado un segundo ya no sabía si nosotros éramos los responsables en el fondo, porque todo fue muy rápido y tenso. Al final salimos sin un rasguño, sin que pasara nada, pero el comandante de la compañía ya había perdido los papeles. Ordenó a uno de los lanzagranadas que disparase una granada antidisturbios contra los manifestantes, o sea, los niños. El soldado se negó y después fue tratado terriblemente por el comandante de la compañía. Si no recibió un castigo es porque el comandante sabía que su orden había sido ilegal. Pero trató de forma realmente repugnante a todo el personal después de aquello. Así acabó la historia. (…) Otro caso que nos ocurrió en Tubas es que estábamos de patrulla a las tres de la mañana, llevando granadas de aturdimiento, y las echamos por la calle. No había ninguna razón para hacerlo, sólo querían despertar a la gente. El propósito era decir de nuevo: “Estamos aquí. El ejército israelí está aquí”. Cuando protestamos nos dijeron que si los terroristas escuchaban en la noche la presencia de las IDF en la aldea, entonces tal vez tratarían de escapar. No salió nadie. Parece que el objetivo era sólo mostrar a la población local que el ejército israelí estaba allí, y es una política que se repite: “Vamos a hacerle la vida amarga a todos ustedes hasta que decidan detener el terror. El ejército israelí está aquí, en los Territorios, y su vida será un infierno hasta que no se entreguen todos los terroristas”. Nosotros y los que lanzaban las granadas no entendíamos por qué lo estábamos haciendo. Tiramos otra granada más. Escuchamos el boom y luego vimos a la gente despierta. Cuando regresamos al puesto de mando nos dijeron: “Ha sido una gran operación”, pero no entendíamos por qué. Eso ocurría todos los días. Una unidad diferente cada vez, pero la rutina era fija.
Testimonio 5: “¿Qué es sino un gueto?”. Paracaidistas. Qalqilya. 2004. Como oficial de instrucción yo tenía que atender y estar cerca del comandante de batallón cuando hacía revisiones tácticas en el cuartel general, un trabajo muy interesante. El comandante puede hacer muchas preguntas y hablar con la gente. Lo que voy a contar ocurrió en mi primera –creo que también su primera- visita al muro de separación con Cisjordania. Teníamos la intención de dar una vuelta por la noche en un jeep para hacer un reconocimiento del terreno y ver que los soldados cumplían con su deber, que es básicamente impedir a los pobladores cruzar a través del muro. Vio a lo lejos a algunas familias palestinas sentadas en sus sillas y empezó a chillarles: “Dime, ¿cómo haces para llegar a tal o cual sitio?”. “No podemos llegar –le decían-, porque está el muro”. “Ya, ya, pero debes llegar, ¿no? ¿Quieres llegar? ¿Dónde? ¿Por qué? ¿Cómo lo haces, por dónde lo intentas?”, les decía, ridiculizándolos, provocando, porque sabían que no podían moverse. “Hablaba mucho con los residentes de allí. Les decía que iba a cerrarles todas las rutas, las arterias principales de su pueblo, igual que se había levantado la valla. Que no se iban a poder mover”. (…) Yo al principio pensaba que sólo era política, que el trazado de la valla no tenía nada que ver con el ejército. Pero al final comprendías lo terrible que es. Sobre todo lo vi en Qalqilya, que está cerrado por todas partes y que tiene una sola puerta. Están encerrados con un muro y una valla doble de alambre. ¿Qué es sino un gueto? Está cerrado, y punto. Es una gran ciudad, con muchos residentes, y no es razonable cómo están. 
Testimonio 16: “Hice que se cagara en los pantalones”. Unidad de Policía de Fronteras. Wadi Ara. 2003. El trabajo con la población era entretenido. Por lo menos en Katz. “Trabajando con la gente”, nos decían, y era un giro agradable respecto a los meses encerrados en la base. Eso era lo que había que hacer. Entonces, de repente, cuando se construyó la valla, ya no había más población con la que trabajar. Se acabó el contacto. Estaba la población israelí de la que teníamos que cuidar y luego estaba Barta´a, donde hay población árabe. Entonces, ¿había que trasladar las operaciones a Barta´a? Al principio mantuvieron a las IDF allí, vigilando a la población árabe, pero en el fondo aquello también es Israel y estaba tranquilo, así que se olvidaron y el trabajo lo desarrollamos principalmente a lo largo de la valla. Los primeros días sólo mirábamos, pero luego nos ordenaron capturar gente que pasara cerca. Ahí entrábamos nosotros. Realmente la violencia que vi entonces hacia la gente era peor que antes de la valla, era una humillación. Antes la vigilancia era rutina. Ahora era una opresión constante. Había soldados que derramaban a propósito las bolsas que llevaban los niños, que jugaban con sus juguetes. Ya sabes, para tomar uno de ellos y decir: “Mantente lejos con tus juguetes, no te acerques a nosotros”, y se los tiraban lejos. (…) Los niños gritaban todo el tiempo, lloraban y tenían miedo de nosotros. Muchas veces perdían el control por el trato que dábamos a los mayores. Porque los adultos también lloraban, por supuesto, porque eran degradados. Uno de los principales objetivos siempre era hacer que un hombre se pusiera a llorar delante de sus hijos y que hasta se cagara en sus pantalones. Yo vi gente que se hacía encima sus necesidades. La mayoría lo hacían porque eran atacadas. Eran golpeadas, algunas hasta la muerte, y amenazadas, y gritaban de terror. Sobre todo si estaban delante de sus hijos, chillaban y se asustaban, por lo que también acababan asustando a los pequeños. Una vez, otra vez… Hubo un hombre que se detuvo con su niño, el niño era muy pequeño, como cuatro años. Los soldados no solían golpear a los niños, pero a un policía le molestó que el adulto trajera a los niños para que tuvieran piedad de él. Así que le dijo: “Tú traes a tu niño para que tenga misericordia de ti, así que ahora le vamos a mostrar a su hijo quién eres de verdad”. Y entonces va y le pega con fuerza, y le grita, diciendo: “¿Qué susurras? Te voy a matar delante de su hijo, tal vez así lo sentirás más… “. Es terrible. Hay muchas historias como esas. El hombre se orinó de miedo delante de su hijo. (…) Hay una gran cantidad de historias que afectan al honor de los árabes, de humillación. “Vas a ver, te voy a dar, te voy a matar, voy a hacer que te cagues”, les dicen… Yo también tuve que hacerlo en ocasiones. Y lo decían de forma rutinaria, no como algo excepcional. Además, de este tema se hablaba abiertamente, en los bares, las cafeterías… Creo que si un oficial dice que él no lo sabía, es totalmente mentira. Los oficiales de alto rango sabían lo que pasaba. Los comandantes de pelotón tenía menos que ver con los que lo hacían habitualmente, pero el comandante de la compañía, el asistente del comandante de la compañía, los oficiales de operaciones… incluso alguno se animó y se sumó. Vale, no lo hacen directamente, no vienen y dicen: “Dale una paliza”, pero había una especie de legitimación; de lo contrario, no habría sucedido nunca.
Testimonio 4. “Él es sólo un colono civil, pero nos impone las leyes”. Fuerzas Especiales Maglan. Hebrón. 2002. Junto a otros militares, yo realicé labores de vigilancia del asentamiento de Eshkolot y otras pequeñas aldeas cercanas. Una vez… no recuerdo en qué colonia fue… la población palestina más cercana estaba a uno o dos kilómetros. Había un grupo de árabes trabajando sus tierras a 500 metros de donde nos encontrábamos, abajo, en el valle. El asentamiento estaba en lo alto de una colina, y ellos estaban abajo, trabajando. Lo que recuerdo, aunque es un poco como una nebulosa, es que una vez que los árabes estaban allí cultivando vinieron de repente los colonos, y salieron corriendo. Habían superado la valla del asentamiento, a pesar de que no debían, que era una frontera… pero ellos corrieron hacia ese límite, en la zona de expansión de la colonia, que estaba en construcción. Los colonos gritaron a los palestinos. No les dispararon ni nada, pero ellos salieron de allí asustados y dejaron de trabajar. No sé dónde fueron (…). El coordinador de seguridad del asentamiento, un civil, nos llamó pasado un rato y empezó a dar órdenes. “Desplegaos, venga, yo iré con un soldado”, decía. “Tenéis que hacer esto y aquello, contra ellos, porque están cruzando la frontera, están explorando nuestra tierra”. ¿Cómo voy a saberlo yo, si los veo trabajar sin más? Yo no vi nada malo en los árabes. En resumen, que el coordinador nos sigue gritando a nosotros y a los palestinos que se veían a lo lejos. “Salid de aquí, iros de aquí”, les chilla. Más tarde, al fin, me convence y voy a patrullar con él en nuestro vehículo. Entonces veo a una niña palestina jugando en la entrada del asentamiento, en la carretera de acceso a la urbanización, pero aún por debajo de ese límite, aún fuera de la valla, en una zona que no forma en absoluto parte de la colonia, sino que está en el valle, abajo. Él ve a la chica y de inmediato escucho que empieza a gritarle en árabe, con el megáfono, algo así como “Rasak”. Yo no entendía lo que decía, pero sí su violencia. Entonces le pregunté: “¿Qué le grita a la chica?”. Y el colono me dice: “Si vienes por aquí te rompo la cabeza”, o algo por el estilo. (…) La situación allí es básicamente la siguiente: un comandante civil, del asentamiento, es quien dice lo que está permitido y lo que está prohibido. Qué palestino se puede mover y cuál no. Él decide si se dispara al aire o se intimida, aunque en principio era yo el comandante con más rango en toda la unidad allí desplegada. A veces se lo recordaba, ¿verdad?, pero le daba igual. Él señalaba cuándo y a quién disparar e incluso a veces ordenaba que se hiciera a discreción. Él delineaba la política que debíamos aplicar, aunque no es una autoridad militar. Si fuera el comandante de la compañía, un oficial de la zona… Es una situación bastante curiosa cuando lo piensas, porque un civil le está diciendo a sus Fuerzas Armadas cuáles deben ser sus acciones, sus limitaciones e incluso sus propias leyes.
Testimonio 48: “En realidad estamos abusando de la población”. Inteligencia. Hebrón. 2005-2008. Nosotros llevábamos a cabo labores de observación en el sur de Hebrón. A veces el brigada quería jugar con nosotros. Cuándo íbamos de misiones, trataba de unirse a cierta compañía de infantería y organizar algún tipo de equipo para entrar en una casa, para ocupar un camino, lo que fuese. Una demostración de nuestra presencia en la zona. Se supone que una misión necesita una lógica, un objetivo, dibujar una estrategia… pero en este caso sólo quería abusar de la población. La idea era la siguiente: el equipo de infantería toma el control de alguna vivienda y nosotros le damos cobertura, como inteligencia, para que nadie lo sepa, entrando en la casa de enfrente, en la misma calle. Uno aquí, el otro allí. Los soldados de aquella unidad hicieron mucho ruido, rompieron cosas, y entonces lógicamente los propietarios protestaron. Al final hasta quemaron neumáticos dentro de la casa, como en una trinchera. Los soldados querían tomar el control, entraron con mucha fuerza, portando banderas y granadas de aturdimiento, como en el campo de batalla. Esa era su misión. Eso ocurrió durante muchas horas, llegamos por la noche y la acción fue durante la madrugada. (…) Cuando pregunté qué nos proponíamos me dijeron que la idea era que tal vez algún hombre armado podría salir de su escondite en la zona, si es que había terroristas; a continuación nosotros lo cogeríamos, porque estábamos allí en secreto, en una esquina diferente. En realidad no salió ni un solo hombre armado, pero la casa fue igualmente destruida, su familia quedó sin vivienda. Una casa de inocentes, sólo una casa en el mapa, que el Shin Bet tenía que asegurar que no existía. Y eso es lo que realmente ve y sufre la población inocente. Y si son inocentes, ¿para qué vamos a entrar en sus casas? Yo entré en esa vivienda después y sé que la destruyeron entera, tenía las ventanas rotas, porque habían lanzado piedras, y los daños del fuego… estaba entera destruida. La familia… no sé dónde estaba, habían tenido que huir. (…) Aquello fue en Yatta. Y así es como se hace en toda la zona, ¿sabes? La idea al principio, cuando te sientas con un mapa ante el comandante de la brigada, parece muy bonita… “Vamos a tomar el control de esta casa como una demostración de nuestra presencia. Estaremos ocultos, armados, y todo saldrá bien y será limpio”. Pero la verdad es que fuimos a un campo humilde y destrozamos la casa de una familia, eso fue todo. Y eso pasó durante muchos días, durante mucho tiempo. No es una actividad fuera de lo común, no, sino habitual para los soldados de Infantería, al menos. Yo mismo lo he hecho más de una y más de dos veces. La única diferencia es que nosotros siempre lo hacíamos en secreto.
Testimonio 57: Una patrulla para golpear a los árabes. Brigada Kfir. Hebrón. 2006-2007. Durante el servicio había un montón de incidentes… Muchísimas tonterías que nos obligaban a hacer. Teníamos que golpear a los árabes en todo momento, nada especial, pero constantemente… Sólo era para pasar el rato. Hubo casos en los que se abrió fuego contra ellos, cuando había disturbios, y con munición de guerra. Tenía que hacerlo, tenía que forzarlos… eso ocurrió varias veces, sí… Tenía que decirles: “¡De rodillas, de rodillas!”. Estaban pensando todo el tiempo en cómo caldear más el ambiente con los palestinos, sin duda. Había militares que querían hacer de aquello algo entretenido e interesante, así que buscaban métodos para sacar de quicio a los árabes. Les disparaban balas de goma, en un número considerable, y entendían que así el tiempo pasaba más rápido en Hebrón. Esos métodos los pensaban todos, los soldados y los comandantes. Por supuesto que los comandantes estaban allí sentados… Nunca, lo juro, nunca dejarían solos al pelotón, y lo que ocurría allí era como un secreto de estado, nadie lo podía saber. Quien no lo sabía era el comandante de la compañía, eso no. Era sólo algo nuestro, de nuestro comandante y nuestro sargento. Tenían reuniones en una sala, y los jóvenes estábamos en otra, y se sentaban a decidir lo que se iba a hacer cada día… Se planificaban todo tipo de cosas. A veces decíamos algunos: “¿Para qué hace falta esa patrulla?”, y nos contestaban: “Es para golpear a los árabes, o para reírnos de los niños”, para hacer todo tipo de cosas sin sentido. En esas patrullas iban toda clase de militares, pero los oficiales más altos no estaban en el ajo. Teníamos una reunión informativa antes para ver lo que íbamos a hacer durante la patrulla. A algunos les gustaba mucho saber qué tocaba… Cuando un grupo sale a una patrulla de este tipo, no siempre es por su propia elección. Todo el mundo sabe qué debe ser una patrulla. Esa es la misión de patrullar, para proteger. Pero aquí añadieron más tareas, simplemente siguió ocurriendo. Ya sabes. Es lo que pasaba. A algunos nos dieron bofetadas porque pusimos mala cara cuando nos designaron a esas patrullas. No fueron pocos los golpes, y a veces no sólo las daban los jefes sino los compañeros. 
Testimonio 49: “Vamos a las casas de gente inocente, todos los días, todo el tiempo”. Inteligencia. Todo el territorio palestino. 2004-2006. Lo que me sorprendió, lo que me hizo estar en shock permanente, es descubrir que tú, todos los días, haces misiones incorrectas, que vas a las casas… a las familias… Por ejemplo, una vez llegamos a casa de una familia palestina que no tenía ni baño. Eso me extrañó mucho, pero también me causó mucho pesar, de corazón. Aquel día, los palestinos que vivían allí tenían la intención de sacar unos pollos para venderlos. Fuimos capaces de entenderlos porque algunos de los miembros de mi equipo hablaban árabe. Ese era su trabajo: recoger los huevos, vender los huevos, vender algunas aves… La esposa no trabajaba, estaba en la casa con los niños. Nosotros entramos en la casa e impedimos que el marido saliera a trabajar. La mujer se agarró la cabeza con fuerza y empezó a llorar. “Le habéis impedido ganarse la vida”, decía. Un soldado le contestó: “Es sólo por un día”. Pero no, lo hacíamos muchos días, íbamos a hogares de personas inocentes a humillarlos todos los días, todo el tiempo. Eso es lo que hacíamos. (…) Algunos decían entre nosotros que podían no ser inocentes y estar escondiendo cosas. Por supuesto, los habría. Otros no ponían excusas, ni lo pensaban. Han ordenado ir a las casas y vamos, es la santidad de nuestra misión, ¿de acuerdo? Si protestas te dirán eso, que no hay ningún problema ético en lo que estás haciendo. Que no estás dañando el código moral del ejército si los golpeas. Si se resisten, entonces tienes permiso para golpearles más, para responder con lo que sea, no hay problema en lo que se refiere al castigo. No lo hay. Así que todo está bien, y es por el bien de la misión, que el fin justifica los medios, y eso es todo. Pero en realidad, ahora que repaso las misiones… No pueden asumir eso siempre con naturalidad. Había una gran cantidad de misiones que no tenían un propósito claro, me mandaron a algunas tareas tan mal diseñadas o tan sin sentido que lo mejor era evitarlas. Lo cierto es que tenía que enfrentarme a estas familias, eso es lo que sucedía en la mayoría de los casos, que iba a hacerles daño. Digamos que en el 95% de las misiones había que ir a por una familia, fastidiarla y regresar. Se hacía deliberadamente, no sé si en la teoría pero sí en la práctica. Eso es lo que sucedió en la práctica, sí. Y entonces uno empieza a pensar en que lo que parecía desorganizado no es así, hay experiencia detrás, hay inteligencia en cada paso, detrás está el Shin Bet o quien sea. El Ejército siempre tiene quien ejecute las órdenes, sean las que sean. Para ellos, esos saqueos eran considerados como grandes misiones.

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